La trata desde dentro: La Operación Selene, o la vuelta a la vida de Anita

Por José Nieto Barroso. Jefe del Centro de Inteligencia y Análisis de Riesgos (UCRIF Central-CGEyF)

Transcurre un cálido día de julio en Madrid y el tráfico da una pequeña tregua a los sufridos conductores de la capital. No obstante, Luca acaba de llegar desde casa, en el metro, con su inseparable mochila y antes de dar las buenas tardes a su compañero, se para ante la máquina. Sesenta centimazos por un café de máquina horrible, pero necesario para aguantar la tarde, sin la adrenalina que te generan las vigilancias, los seguimientos y, en grado sumo, las detenciones de los tratantes de personas. Gente que vende gente, gente que compra y alquila gente; y lo peor, gente que consume gente…

Antes de seguir subiendo las escaleras, abandonando ya ese calor insoportable del exterior, un salto para atrás. Se le ha olvidado la lata de refresco para el colega al que va hacer el relevo ante el teléfono de la trata. Son las dos y media de la tarde, y se agradece algo fresco y un rato de conversación antes de ir a casa y estar pendiente por si surge algo en el grupo al que pertenece. Ambos están adscritos a la Brigada Central Contra la Trata de Seres Humanos, y su día a día es combatir la esclavitud del siglo XXI. ¿Increíble? ¿En nuestro tiempo? ¿En nuestro país? Todavía hay mucha gente que no se lo cree, porque, según dicen, “esto no nos puede ocurrir a nosotros…”.

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Suena el ring asociado a un nuevo mensaje en la bandeja de entrada del correo oficial, esa dirección de mail publicitada y trasmitida por todos los medios posibles y disponibles por la Policía Nacional y fácil de memorizar: trata@policia.es.

Hola me llamo Dxxx, estoy rumana y vivo en figueres tengo una nina de 8 meses y mi novio me obliga a prostituirme no me deja estar con la nina me pega esta violente corason ajudad me”.

Ambos lo leen, releen y vuelven a leer. En alto, para sí, de todas las formas posibles. Son solo 37 palabras, pero muy claras. El asunto parece serio, se dicen ambos, uno de ellos ya fuera de turno hace media hora, pero se queda. El tema lo merece.

Buscan pedir más datos a la remitente, acaba de mandar el mail y quizá tenga aún la sesión abierta, y podamos obtener más datos. No hay respuesta.

El Protocolo ante este tipo de urgencias se pone en marcha inmediatamente. Los responsables en materia de Trata de Seres Humanos de la Comisaría General de Extranjería son informados, incluso alguno de ellos, de vacaciones, pero pegados a su móvil.

Estos especialistas saben que la inmediatez es crucial en este tipo de sucesos, por lo tanto, con los pocos datos facilitados, hay que ponerse manos a la obra. Lo primero, intentar ponerse en contacto nuevamente con ella, saber más datos y, de forma inmediata, avisar a Barcelona de lo sucedido. Hay un bebé de meses en peligro y eso no admite demora alguna.

Tras varios intentos, ella se puso en contacto telefónico con los investigadores. Su tono de voz, 22 años recién cumplidos y con un castellano aprendido a base de telenovelas en su Braila natal, y reforzado día a día en el club, al hablar de Ana, de su pequeña Anita, se enfrenta a sus palabras entre sollozos. No puede más. Ellos o nosotras.

No sabe donde está. No sabe donde vive. Lo único que tiene grabado son los últimos meses, desde que dio a luz a su niña. A los quince días de parir, se vino con su chico, su compañero, su amante, su todo, a buscar una nueva vida a España, al paraíso europeo, y así de paso, mejorar con el idioma de Cervantes, que tan orgullosa tiene a su humilde madre, que malvive de una pseudo-pensión de 80 euros. Algo podremos ayudarla, verdad cariño, le dijo a su chico en el viaje hacia su infierno.

A las 16:40 ya es tarde. Corriendo al coche junto con su cuñada. Él, con su sempiterno chándal azul, su camiseta sin mangas y las chanclas perfectamente ajustadas para poder conducir, las espera al volante. A menos diez, entra en el aparcamiento del Club. El portero del local, del mismo pueblo que ellos, los saluda levantando las cejas. La única parte con vello de su cuerpo escupido y machacado en el gimnasio del Moonlight.

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Once horas quedan por delante, subida al tacón, para hacer, por lo menos los doscientos euros que su queridísimo compañero, amigo y amante le exige. Su bienestar, y el de su Anita depende de ello, de su esfuerzo, y de su equilibrio con el tacón.

Lo que no sabe el rumano, que en tres días de vigilancia no se ha cambiado de camiseta, es que Luca, Mario, Freddy y Martín, le siguen los pasos. Ya saben donde vive, sus costumbres, sus horarios y, lo principal, que Anita está dentro de la casa, vigilada de forma continúa por otros dos policías de la UCRIF de Barcelona.

El Juzgado de Instrucción de Figueras es conocedor de los hechos, sabe perfectamente lo que ha sucedido y solo falta la rúbrica del Juez en el Auto de Entrada y Registro. Lo principal es asegurar que Anita esté bien. Los policías que vigilan el piso no la han visto, no la han sacado a la calle, pero sí la han escuchado llorar, de forma constante, que en excepcionales ocasiones han sido callados.

Cuando la madre llega, sobre las 4:15 de la madrugada, como un resorte el bebé se despierta de su sueño poco profundo, quizá exhausta de llorar y llorar y de poco comer. Ahora lo que se oye en el silencio de la noche son risas, risas profundas y alegres de Anita, y risas, con amargura, de su madre.

Lo que no sabe ella es que según la ha recogido su chico en el club, tras preguntarle lo que ha ganado, y por supuesto habiéndole quitado hasta su dignidad, este captor, explotador y maltratador va a ser detenido. Van de camino a casa, pero en una calle de paso obligado, hay dos vehículos camuflados, más el tercero, que le sigue desde su salida del aparcamiento. Controlado en todo momento.

En un tris, el valiente padre de Anita, se ve en el suelo, con los brazos a la espalda y gritando que su bebé está solo en casa.

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Ahora, con la Secretaria Judicial, a las 4:30 de la refrescante madrugada de julio en el Alto Ampurdán, mientras en Madrid no se bajaba de 30 grados, y con las llaves del detenido, quedaba lo mejor de esas 72 horas sin apenas dormir. Luca estaba impaciente por ver a Anita. Hace 4 días escasos desconocía la existencia de ese ser; pero, a partir del ring en la bandeja de entrada del ordenador, verla sana y salva se convirtió en una obsesión, y estaba a punto de llegar ese ansiado momento.

Fue Luca el primero que entró en la casa, seguido de Freddy y Martín, intentando asegurar la vivienda, por si hubiera alguien más, no controlado. Pero no, el único riesgo, fue recoger a Anita de ese camastro mugroso, en el que prácticamente había vivido toda su vida. Luca se apresuró a desprenderse de su chaleco de Policía, separarla de tanta suciedad incrustada y llevarla junto a su madre.

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Ese abrazo infinito entre madre e hija, lejos de la mirada inquisitiva del progenitor, y a espaldas de los policías, que sin querer echan por el rabillo de ojo una mirada, hace que su trabajo, esfuerzo y horas sin dormir, se vea recompensado.

Ahora, él y su cómplice a prisión. Ellas, por ahora separadas. El informe psicológico determinará cuando es el momento de vivir juntas. Aún así se ven todos los días en la ONG. En breve volverán a no separarse más.

Luca y Mario regresan por la A-2 en dirección a Madrid. No paran de hablar, de comentar lo bueno de la profesión. Por temas así, merece la pena seguir trabajando contra la esclavitud. Sí, esclavitud en pleno siglo XXI. ¿Qué triste, no?

Por cierto, ha sonado nuevamente el ring, a ello van nuevamente…