¿Podemos hablar de libre elección cuando no hay posibilidad de elegir?

Leo un artículo de Diana López que resume exactamente lo que quiero contar. En él dice “no hay puta sin putero. Y por eso cada vez que un hombre dice ‘es puta porque quiere’ se olvida de que en realidad es puta porque otro hombre, o él mismo, paga para violar a una mujer en situación de vulnerabilidad”.

Precisamente es esa situación de vulnerabilidad a la que están expuestas tantas mujeres y niñas, que se convierten en presa fácil de las redes de trata de personas con fines de explotación sexual, un negocio que genera millones y que debemos asumir como violencia de género. ¿Por qué? Porque el 90% de las víctimas en este apartado son mujeres. Una cifra aplastante, que nos da de bruces con la realidad: su cuerpo es una mina de oro para el mundo del proxenetismo, y un producto de usar y tirar para una buena parte de la sociedad.

¿Realmente podemos hablar de que ellas eligen libremente estar allí cuando sus opciones son las que son? Veamos: ¿Alimentar a tu hijo o dejar que te exploten para darle de comer? No creo que sea realmente libre para escoger una madre que se encuentra en esa situación. Dice la web de ONU Mujer: “Si bien tanto mujeres como hombres sufren la pobreza, la discriminación de género significa que las mujeres cuentan con menos recursos para hacerle frente. Tienen más probabilidades de ser las últimas en alimentarse, las últimas en acceder a la atención sanitaria, y normalmente se ven atrapadas en tareas domésticas no remuneradas y muy laboriosas. Además, tienen menores opciones para trabajar o emprender negocios.

La educación adecuada puede estar fuera de su alcance. Algunas de ellas se ven abocadas a la explotación sexual como parte de la lucha esencial por la supervivencia”. Y no está de más recordar que la pobreza, en gran parte del mundo, tiene rostro de mujer. Son ellas las que se llevan la peor parte en muchos países y, por tanto, tienes menos opciones para cambiar su situación. Y por ello se convierten en presa fácil. Esto lo sabe bien Miguel, «El músico», el protagonista del primer libro de Mabel Lozano: “El Proxeneta”. «No hay prostitución que se ejerza libremente. Siempre responden a una situación de vulnerabilidad de las mujeres: pobreza, precariedad y necesidades de todo tipo… Solo hay que saber aprovecharse de ellas como lo hicimos nosotros», cuenta sin tapujos.

En mis vueltas por Internet buscando datos para escribir este post, me encuentro con un foro donde un chico pregunta por qué está tan mal visto el sexo de pago. Las respuestas, por supuesto de otros hombres, son para alucinar: “Debe ser que a las tías no les gusta que los tíos follen con pibones pagando, ya que entonces ellas dejan de ser el centro de atención y echan de menos a los tíos buitreándolas”; “Es más barato ir de putas que tener novia”; “Placer a cambio de dinero. Un niño monta en un tío vivo porque se lo pasa bien. Paga y monta. Tú ya no eres un niño. Pagas y te la montas”.

Dadas las circunstancias, resulta sencillo comprender por qué siguen existiendo las ideas erróneas en este sentido: ignorancia y pocas ganas de comprender la realidad detrás de las luces de neón de los puticlubes. Es mucho más fácil lavar la propia conciencia cuando se dice que ellas están allí porque quieren, porque deja el “problema” en manos de ellas, mientras que al putero que busca el servicio, lo pone simplemente como un cliente satisfecho, que ha pagado por un servicio ofertado. Es una deshumanización total de la situación para poder salir con la cabeza alta del club y no tener remordimientos.

En “El Proxeneta”, su protagonista lo deja muy claro: “Entre el poco interés que tenían en conocer la verdad y la poca información clara y real que se ofrecía en las campañas de sensibilización, los clientes se olvidaban del asunto e incluso cargaban contra las personas bien informadas y comprometidas que llamaban a las cosas por su nombre, que no solo se centraban en las víctimas, y que apuntaban a los proxenetas y a los clientes y a la verdad del negocio de la trata. –Miguel, pero ¿qué dicen? –me preguntaba algún cliente–. ¿Esta gente no se da cuenta de que ayudamos a estas mujeres y a sus familias?”.

Esta visión paternalista es ridícula. La mejor forma de ayudarlas sería no explotándolas ni sometiéndolas a diario. Acostarse con 30 o 40 hombres en una noche no es una salida profesional ni una libre elección. Si así lo fuera, ¿tendría usted problemas con que su madre, su hermana o su hija ejercieran la prostitución libremente para ayudar a sus familias? Seguro que menea la cabeza de un lado para otro, pensando en que eso no es válido para ellas, sus cercanas, pero sí para otras mujeres.

Detrás de esa idea protectora y del “es puta porque quiere” se esconde lo más rancio de nuestra sociedad. Un velo que pretende tapar lo peor de nosotros mismos: preferimos ignorar de forma voluntaria la realidad que nos rodea, mientras no nos toque directamente. En este caso, le damos la espalda y muchas veces hasta llegamos a poner en duda a la compleja situación de una violación de derechos humanos, de una expresión clara de violencia de género y de un negocio del que viven no solo los proxenetas y sus secuaces, sino toda una pandilla de parásitos que se lucran con el cuerpo de miles de mujeres a diario. ¡Miles! Repartidas en clubes de alterne, pisos privados, polígonos industriales, rotondas en las carreteras, en la calle…

¿Cuántos puticlubes tenemos en nuestro entorno? A menos de un kilómetro a la redonda de mi casa, bordeando el anillo de la M-30 en Madrid, alcanzo a contar 6. ¡6! Y son clubes pequeños, muy lejos de los macroburdeles que iluminan tantas carreteras en España y que tienen a decenas de mujeres trabajando a la vez. Estoy seguro de que a igual distancia de tu casa habrá otros tantos… ¿Los has visto? Seguro que sí. Pero jamás has escogido la opción de pensar qué ocurre realmente detrás de esa puerta y de ese cartel de neón.

Hoy desde el Twitter de @El_Proxeneta_ (la cuenta oficial del nuevo documental de Mabel Lozano), lanzamos un mensaje claro: “La próxima vez que vayas a un club y pienses que la chica con la que te vas a la cama está allí porque quiere, pregúntate y responde con honestidad: ¿Tendrías alguna posibilidad con ella si estuvieseis en un bar o en una fiesta de forma libre?”. Ahora realmente reflexiona sobre si eso también lo eligen libremente.