La trata de personas llegó a mí por casualidad, como casi todo lo que ocurre en la vida. Conocí a Mabel Lozano, la directora de Chicas Nuevas 24 Horas, en un curso y al poco tiempo me contó que estaba trabajando en un proyecto y que podría ser interesante que trabajase con ella. Unos pocos meses después me contó lo que estaba haciendo, su investigación y su idea, y me conquistó, porque para mí era un tema nuevo, complejo, desafiante y bastante ausente de la discusión social.
Hoy, un par de años después, Chicas Nuevas 24 Horas está teniendo un largo recorrido: se ha estrenado en varios países: España, Bolivia, Paraguay, Colombia, Argentina, Perú… Y ha recorrido numerosos festivales, grandes y pequeños, y ha recogido varios premios y nominaciones, que se han rendido ante un gran trabajo social. Porque el documental de Mabel es más que una película. Hace tiempo que traspasó la barrera del metraje cinematográfico para convertirse en una poderosa herramienta sensibilizadora que, allí donde va, pone el tema de la trata sobre la mesa, hace conocida la realidad de las mujeres prostituidas (que no prostitutas, como bien aclaró la directora en una entrevista reciente), y genera una reacción social y una labor educativa que ningún otro trabajo, suyo o ajeno, había conseguido.
Su valor es conseguirlo con un tema incómodo, desconocido y al que todos en el equipo nos sumamos con los ojos cerrados ante la necesidad de abordarlo, precisamente en la forma en que Mabel, cuando esto no era más que una idea en su cabeza, quería contarlo.
Así entré al proyecto y empecé a conocer más de cerca la realidad de 4,5 millones de mujeres y niñas en el mundo que son tratadas, la mayoría de ellas con fines de explotación sexual, que ejercen la prostitución forzada en distintos lugares del mundo, incluso mucho más cerca de lo que un país del primer mundo debería permitir.
Conocí la historia de Yandy, una niña peruana de 15 años que fue tratada en la zona de Madre de Dios, en el corazón de la extracción de oro ilegal de su país. Ella, abandonada por su familia y por el Estado, espera saber qué le depara el futuro.
Y también escuché la experiencia de Estela o Sofía, una mujer y una adolescente que fueron tratadas en España en distintos momentos, pero con un factor común: sus familias, de sangre o políticas, habían tenido que ver en su traslado y posterior explotación. Sí, esto ocurre dentro de las propias familias…
Pero además pude oír a Ana Ramona. El testimonio de una mujer que, en busca de un futuro mejor, salió con un sueño claro de Colombia hacia Panamá, y volvió a su país como delincuente, con una deuda abultada, con la dignidad por los suelos y como una víctima más de la trata.
Cuento todo esto porque hoy, 30 de julio, Día Mundial contra la Trata de Personas, hay que recordar a Yandy, Estela, Sofía, Ana Ramona y a toda la larga lista de personas que han sido, están siendo y, lo peor, que seguirán siendo explotadas en el mundo, por el simple hecho de que es un negocio redondo debido a la alta demanda existente.
Sí, la culpa es de los tratantes y explotadores, pero también lo es del consumidor, el “prostituyente” que exige, solicita, requiere, demanda, busca y compra los cuerpos de mujeres y niñas para su egoísta satisfacción, sin importarle la historia que hay detrás de cada una de ellas.
Por eso la lucha contra la trata es cuestión de toda la sociedad y no solo de la Policía. Es una tarea de educación, de visibilización y de sensibilización sobre el delito de la trata, pero también sobre derechos humanos, respeto, solidaridad…
Por eso comprometí con Chicas Nuevas 24 Horas y con Mabel Lozano en su labor como documentalista. Por eso hoy escribo estas líneas: eres tú el o la responsable de acabar con este delito. Deja de mirar para el lado. #ConLaTrataNoHayTrato