Si hacemos memoria, seguro que podemos recordar inolvidables secuencias en el cine. Ya sea por su belleza, por su lenguaje o su carga emocional, hay fotogramas que se nos quedan grabados para siempre. Pero no siempre resulta fácil traspasar al cine aquello que queremos contar. Menos, cuando enmarcados en el género documental, en la realidad más cruda que nos podemos imaginar, intentamos transmitir el viaje de una mujer que ha sido esclavizada y vendida, vaciada de toda humanidad, desprovista de su voluntad y de su libertad.
¿Cómo poner en imágenes simples todo lo que significa la explotación sexual sin entrar en la violencia descarnada, en las palizas, en la revictimización?
Paula Quintana, la actriz que encarna a Lucía en El Proxeneta. Paso corto, mala leche, tuvo la casi imposible tarea de ponerse en la piel de una mujer rota, al punto de que no encontró una salida posible al sufrimiento que arrastraba por los pasillos, salones y habitaciones del club donde fue torturada lentamente de una de las peores formas posibles: convertirla en una máquina expendedora de placer para hombres sin una pizca de humanidad quienes, cegados por la lujuria y el sentimiento de superioridad pasajeros, no pudieron ver el dolor que escondía su cuerpo desnudo.
Y Mabel Lozano tuvo el valor de crear una metafórica secuencia de baile que narra precisamente el viaje de una mujer que llega con la ilusión de una vida mejor, y que a cada vuelta de coreografía –representando cada año de esclavitud– ve su sonrisa borrada, sus sueños arrebatados y su voluntad doblegada. No le quedaba otra opción que morir.
Es verdad que en la mesa de montaje se perdió gran parte de esa secuencia, pero soy testigo de que el cuerpo de Paula es capaz de transmitir con cada músculo y cada movimiento esa pérdida creciente, la desazón de verse en un túnel sin salida a causa de una deuda que no hace más que crecer, pese a que ya había dado todo lo que su cuerpo podía.
Verla en vivo, durante el rodaje, fue uno de los momentos inolvidables de mi trabajo con Mabel. La emoción en el equipo de producción, grabación y dirección se notaba en el ambiente. Era impresionante como cada giro, cada pliegue de su cuerpo, decía algo. Transmitía un mensaje claro y directo sobre su pérdida en tiempo real. Uno de esos minutos en que lo bello y lo macabro se encuentran: la fantástica ejecución del movimiento con la atrocidad de una historia personal truncada por la avaricia de otros.
Lucía, la protagonista, quiso quitarse el último trozo de vida que sus captores le habían dejado. Y Paula cierra esa escena tumbada en el suelo del local, con la mirada inerte, vacía, representando el dolor de todas aquellas niñas y mujeres que cada día venden involuntariamente un trozo de su humanidad para satisfacción de unos y beneficio de otros.
“Si a una persona le robas sus ilusiones, su futuro, su dignidad, la dejas sin esperanza, sin motivación, la vacías de emociones y la conviertes en un muerto viviente. Un pedazo de carne que anda pero que no está viva. Los nazis conducían a los judíos a las cámaras de gas, nosotros llevábamos a las mujeres al salón. Ni unos ni otras rechistaban”, explica Miguel, «el Músico», en el libro El Proxeneta, también de Mabel Lozano.
El cuerpo de una mujer tiene una caducidad. Según ha contado el propio proxeneta, suele ser de unos tres años. “En ese tiempo hay que exprimirlas al máximo. Después hay que desecharlas (…) A una botella de whisky el paso del tiempo la revaloriza, pero a una mujer no. Y menos cuando sufre tanto como las nuestras”, dijo.
La verdadera Lucía no murió tirada en el suelo del baño donde se cortó las venas con intención de acabar con todo. Su destino fue todavía peor. Acabó sus días en un psiquiátrico, abandonada por su familia y por el hijo que trató de salvar con su trabajo y su corazón. Es una muerte incluso más triste y más cruel que la de morir desangrada. Hoy la recordamos a ella y a todas las otras Lucías cuyas historias han sido silenciadas por un sistema machista que aprecia sus cuerpos por el placer que son capaces de entregar. Porque no queremos que le ocurra a ninguna más. Porque es hora de decir basta.
Aquí podéis acceder al making of de un documental que no podéis dejar de ver y donde se encuentran algunos de los momentos que comentaba en este post.