Por Charo Izquierdo
Hoy le contaba a una chica de treintaytantos que hay muchos cómplices de la nueva esclavitud de nuestro tiempo. Me miraba, si no raro, sí ansiosa.
«Ya, hay mucho delito que se tapa», me ha dicho.
Y yo le he contestado que no, que no está tapado, que se sabe, que hoy hay información suficiente como para haberse enterado de que el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución no la ejercen libremente.
«Ya, están obligadas», ha continuado ella.
Y yo le he vuelto a llevar la contraria, diciendo que obligadas no; que engañadas, mucho. Han llegado a España engañadas -como llegan a otros países, porque se trata de un problema internacional- creyendo que van a trabajar como camareras o como cuidadoras, no como prostitutas. O que van a casarse con el engañador…
«Internet debe de tener mucha culpa», ha intervenido ella.
Y yo le he explicado que a veces, pero que en la mayoría de las ocasiones son vendidas por su padre o por su madre, o por alguno de sus hermanos o por su novio… Que quienes las vendieron reciben un dinero por el que ellas después tendrán que trabajar y que no lo hacen solo por malos, que también, sino por su miseria. Como ellas, las vendidas, que aceptan marcharse de sus países pensando que van a trabajar y van a ganar para salir de la pobreza más absoluta, esa que convierte la desgracia en mezquindad.
«Pero podrán dejarlo…», me ha interrumpido.
Negativo. Llegan y les quitan el pasaporte o su documentación. Y cuando dicen que quieren marcharse, la respuesta se traduce en deudas: la del dinero que recibieron sus vendedores, la del viaje que pagaron sus tratantes, la del hospedaje, la de la comida…, la de las multas que han de pagar ante cualquier negativa, cualquier retraso, cualquier desobediencia a sus tratantes. No, no pueden irse. Es más, a veces la prostitución acaba convirtiéndose en una salida a su horror de vida.
«Se me está poniendo la carne de gallina», dijo, y me ha obligado a terminar, diciéndole que es necesario difundir entre los hombres que quienes consumen prostitución son, en un 80% de posibilidades, cómplices de un delito internacional.