Gracias a las alas de Air Europa he podido llegar a Perú para participar del rodaje de Chicas Nuevas 24 horas. Suerte la de volar con una compañía solidaria y comprometida, y suerte la comodidad y lo acogedor de un vuelo magnífico para embarcarse en un proyecto que de cómodo y acogedor tiene lo justo (solo la calidez de un maravilloso equipo). Porque el proyecto liderado por la directora Mabel Lozano supone adentrarse en uno de los episodios sociales más desagradables y vergonzosos de nuestra época: la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Perú, pero también Colombia, y Paraguay, Argentina, y por supuesto España dan fe de que el problema lejos de reducirse se acrecienta y la esclavitud del siglo XXI sigue avergonzándonos.
Empezar por Perú es un privilegio en la investigación, entre otras cosas porque a pesar de que desde las salas de espera de los aeropuertos, por ejemplo, se avisa del delito de la trata y sus consecuencias penales, sabemos que allí se engaña a chicas de doce o de quince años ofreciéndoles trabajos legales que son tapaderas de prostíbulos, en los que se obliga a las niñas y adolescentes a beber con los clientes, a dejarse tocar y a mantener relaciones sexuales.
¿Durito, eh?
Imaginarse a nuestras hijas, a nuestras sobrinas o a nuestras hermanas de esas edades manteniendo relaciones sexuales forzadas, nos pone la carne de gallina y nos despierta ganas de vomitar. Seguro. Pero en Perú, en Paraguay… hay un problema que aclara que esas niñas sean engañadas: ¡es que trabajan, cuando el trabajo infantil está prohibido! Y parte de su sociedad mira para otro lado. Empezando por las familias.
Imaginemos, eso, que una de nuestras hijas, sobrinas o hermanas, de 12 o de 15 años, nos dicen que se van a trabajar a 1.000 kilómetros de casa como camareras, por ejemplo. Nos reiríamos pensando que nos están gastando una broma. Pues bien, en esos lugares, algunos padres, tíos o hermanos no solo lo entienden, sino que lo ven como algo inevitable y normal. Y por eso lo favorecen. Saben que dejan el colegio. Y lo permiten. Encuentran normal que sean los niños y niñas quienes intenten sacar adelante las casas. Y permiten que se vayan a trabajar. Luego, puede que sea una realidad eso del trabajo o un engaño que se convierte en esclavitud. En algunos casos, incluso, hay familiares que son los responsables de que sus hijas, sobrinas o hermanas sean víctimas de trata, sencillamente porque las venden, para ganarse «algo» la vida.