Por Tomás Loyola Barberis
La trata de personas, que no de blancas, es una realidad vigente, cercana y multimillonaria. Y existe simplemente porque hay demanda, una demanda cada vez mayor que motiva una oferta y genera no solo el tercer negocio más lucrativo detrás del tráfico de drogas y de armas, sino que promueve una violación de derechos humanos para todos quienes son sometidos, esclavizados, trasladados y retenidos para su explotación, sea laboral, sexual o de cualquier tipo.
Wikipedia es una herramienta de uso colectivo que unas veces nos golpea de frente con acertadas definiciones y conceptualizaciones. En el caso de la trata de personas, y para diferenciarla del tráfico ilegal de inmigrantes, es especialmente precisa:
«El delito de trata de personas consiste en el traslado forzoso o por engaño de una o varias personas de su lugar de origen (ya sea a nivel interno del país o transnacional), la privación total o parcial de su libertad y la explotación laboral, sexual o similar. Es diferente del tráfico ilegal de migrantes, por varios motivos:
Consentimiento: en el caso de tráfico ilegal de migrantes, que suele realizarse en condiciones peligrosas o degradantes, los migrantes consienten en ese tráfico. Las víctimas de la trata, por el contrario, nunca han consentido o, si lo hicieron inicialmente, ese consentimiento ha perdido todo su valor por la coacción, el engaño o el abuso de los traficantes.
Explotación: el tráfico ilegal termina con la llegada de los migrantes a su destino, en tanto que la trata implica la explotación persistente de las víctimas de alguna manera para generar ganancias ilegales para los traficantes. Desde un punto de vista práctico, las víctimas de la trata también suelen resultar más gravemente afectadas y tener más necesidad de protección frente a una nueva victimización y otras formas de abuso que los migrantes clandestinos.
Transnacionalidad: el tráfico ilegal es siempre transnacional, mientras que la trata puede no serlo. Ésta puede tener lugar independientemente de si las víctimas son trasladadas a otro Estado o sólo desplazadas de un lugar a otro dentro del mismo Estado».
Además, Wikipedia insiste en la nula actualidad del concepto erróneo de trata de blancas, que se utilizaba en la época en que el tráfico y la esclavitud de «negros y negras» era habitual, por lo que se hablaba de trata de blancas para separar la venta de mujeres para ejercer la prostitución o actuar de concubinas. Hoy, el concepto de trata de personas se utiliza para referirse a todas las víctimas, independientemente de su raza, su sexo y su edad.
Y ya que hablamos de prejuicios y conceptos erróneos, no crea que la demanda de mujeres y niñas viene de hombres mayores, solos y feos; a ese público estigmatizado se le unen también los jóvenes, e incluso algunos menores de edad, que, ante la percepción del sexo como un bien de consumo, exigen la existencia de una oferta de escaso valor, diversa, en continua renovación, entendiendo a las mujeres prostituídas como mercancía de usar y tirar.
Hoy son ellos quienes han incrementado la demanda de este negocio y que ha fomentado el aumento de la oferta, con todo lo que eso implica: miles y miles de mujeres y niñas trasladadas desde sus localidades a nuevos países, violentadas, sometidas, maltratadas, explotadas, desgastadas, reprendidas, castigadas, violadas de forma reiterada, denigradas y desechadas como productos.
Por eso la sensibilización se debe hacer en los centros educativos y en todas las instancias de socialización de niños, niñas y jóvenes, desde la visibilización del delito y de la violación de derechos humanos hasta una educación sexual basada en modelos convivenciales justos y equitativos entre géneros. Es un trabajo constante, permanente y, sobre todo, necesario para detener las redes de trata, luchar contra cualquier forma de violencia de género y, por supuesto, para acabar con la esclavitud del siglo XXI, un negocio que llega a generar unos 32 mil millones de dólares al año en el mundo.