Por Tomás Loyola Barberis
Ponerse mala tiene un coste. Y no solo para las arcas del Estado en cuanto a derechos básicos de asistencia y beneficios sociales, cuando estos existen. También lo tiene para aquellas mujeres y niñas que están fuera del sistema, enfangadas dentro de una red de trata de seres humanos que las invisibiliza y las desnuda, de ropas y de derechos. Para ellas, enfermarse implica no cumplir los mínimos diarios exigidos por estas mafias para cancelar las deudas contraídas, la gran mayoría de ella en condiciones de extremo abuso –intereses anuales que rondan el 500%; comprometiendo propiedades de la familia para que, en caso de no cumplir, las redes criminales reciban en pago casas y terrenos en los países de origen, por mencionar algunas– y que nunca repercuten en un futuro mejor para las víctimas.
Una vez que son esclavizadas, la deuda sigue aumentando: aspirinas, papel de baño, toallas higiénicas, medicinas en general y otros enseres de necesidad básica, como el agua y la comida, son añadidos a las cuentas de las víctimas como si de oro se tratase. Muchas de ellas, por lo tanto, prefieren trabajar enfermas para no hacer más profundo el agujero económico en que las ha dejado el engaño de las redes de trata. Lo mismo ocurre con su comportamiento, sus acciones y su vida cotidiana: está todo regulado –y castigado– para que, en caso de incumplimiento, este repercuta de forma inmediata en su deuda. Así, hay ocasiones en que la deuda no hace más que aumentar a pesar de la extenuante explotación sexual a la que son sometidas noche tras noche, de domingo a domingo, en un continuo desfile de prostituyentes, esos mal llamados clientes que demandan sus servicios.
Y eso es lo que muestra Chicas Nuevas 24 Horas sin pudor: el negocio, la truculencia de las mafias que controlan el movimiento y la explotación sexual de mujeres y niñas que han sido –en su mayoría– engañadas en sus países de origen para beneficiarse de sus cuerpos, olvidando por completo a las personas que viven en ellos. El documental de Mabel Lozano podría haber sido de lágrima fácil y de una sensiblería extrema, pero la realidad es demasiado dura como para convertirla en un producto lacrimógeno. De ahí que el foco está en la ganancia, en el tratamiento de los seres humanos como mercancías y en la frialdad de un negocio que mueve más de 32 mil millones de dólares al año en el mundo.
Sí, es un negocio redondo: multimillonario, de bajo riesgo y alta rentabilidad, el sueño de cualquier empresario. Pero atenta contra los derechos humanos, contra la sociedad, contra la dignidad de las personas que son víctimas de este delito. Y, además, las marca de por vida, no solo en el estigma social, sino en su interior. Las hace convivir con el miedo, con la pobreza, con la desesperanza y con las ansias de libertad, de volver atrás y de nunca haber elegido ese camino para cumplir sus sueños de una vida mejor. Porque aunque muchas de ellas hayan escogido esa vía, jamás hubieran puesto su futuro en manos de la esclavitud, el maltrato y el abuso. Y por eso son víctimas. Víctimas de una sociedad que las ignora, de una red que las trata y de un Estado que las olvida.
Por ellas es que se hizo Chicas Nuevas 24 Horas. Y en ellas repercutirá el éxito de este documental: recaudando dinero en su ayuda, haciendo una labor de sensibilización y visibilización, y poniendo en marcha una serie de acciones sociales ligadas al documental que tienen por finalidad mejorar sus condiciones de vida, de reinserción sociolaboral y su futuro. Por ellas es que seguimos trabajando.
No os perdáis los próximos estrenos del documental en distintos países y festivales. Tenéis toda la información en www.proyectochicasnuevas24horas.com.