38 mujeres prostituidas han sido asesinadas desde el año 2000, 27 por consumidores de prostitución y 11 por proxenetas; todos hombres, todas mujeres asesinadas. Yamiled Giraldo, una mujer colombiana que llegó a España engañada, es una de ellas, asesinada el 23 de abril de 2009 delante de su hijo, Crístofer Álvarez Giraldo.
Mabel Lozano, fiel a su compromiso de denuncia contra la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, nos cuenta su historia en el corto-documental Biografía del cadáver de una mujer, 16 minutos llenos de vida para contarnos su muerte, como la de otras mujeres anónimas que parecen cobrar vida cuando los hombres las matan, después de que la pierdan cada día bajo la explotación sexual.
Son vidas que no importan y muertes que molestan, quizás porque al narrarlas somos conscientes de que nada de eso podría ocurrir si no existieran las circunstancias que lo hacen posible. Asesinar a 38 mujeres en 10 años dentro de un mismo contexto no es un accidente ni una coincidencia.
La violencia de género es el instrumento necesario para mantener un sistema de poder levantado sobre la injusticia decidida por los hombres a través de la cultura y los hechos. Sin ella no sería posible someter a quienes aspiran a la igualdad y a la libertad (las mujeres), ni recompensar a quienes la ejercen por medio del status, la amenaza y los beneficios que consiguen cuando la utilizan (los hombres). Solo hay que darse una vuelta por la realidad para entender su significado, y el mirador más cercano es la Macroencuesta 2019, que revela que, en España, el 57,3% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género, y que el 6,5% ha sufrido violencia sexual. Y detrás de esa violencia están los hombres que la llevan a cabo y una sociedad androcéntrica que la invisibiliza y minimiza.
La prostitución es un ejemplo paradigmático de esta construcción de género que impone la cultura como normalidad. Gracias a ella se permite el uso de la violencia en forma de poder, y para ello se camufla como si se tratara de una relación sexual, cuando en realidad se trata de una construcción machista que muchas mujeres asumen como propia, al igual que hay mujeres maltratadas que dicen “mi marido me pega lo normal”, y hacen todo lo que está en sus manos para que no se actúe contra él, y para que la relación continúe bajo los parámetros de la violencia.
Y la trata es el reflejo de la miseria de un modelo de sociedad que se aprovecha de las propias circunstancias que genera, para luego utilizar a las mujeres dentro del “sistema prostitucional”, como lo llama Ana de Miguel, o lo que es lo mismo, dentro de la sociedad.
Yamiled Giraldo es un ejemplo de esta situación en la que la necesidad hace buscar una salida que te condena, en lugar de liberarte.
Las circunstancias que crea la sociedad para las mujeres limitan sus opciones y sus oportunidades, pero no el anhelo de libertad para vivir una vida digna, por eso se convierten en una trampa.
Primero la sociedad te discrimina por ser mujer y te sitúa en escenarios tan precarios y difíciles, que facilitan el engaño a través de ofertas de trabajo camufladas, como ocurre cuando les ofrecen venir a España a desarrollar actividades laborales que actúan como trampas. Una vez que llegan aquí son violadas para marcar el terreno en el que se desarrollará la “relación laboral”, y para dejarles claras cuáles son las reglas, al tiempo que su vida y sus sueños son hipotecados. La salida que le ofrecen es la prostitución y el precio, la explotación sexual, de manera que si intentan escapar de esa trampa el resultado es el homicidio. Yamiled lo intentó y fue ejecutada por el hombre que la prostituyó.
Cuando se crea un sistema sobre la desigualdad y la discriminación, la única forma de evitar el daño es la sumisión a las condiciones de vida impuestas por esa sociedad. Si una mujer da el paso para romper con lo impuesto, es probable que caiga en la trampa del engaño. Si cae en esa trampa, la única forma de evitar la violación es aceptar la prostitución; y si la atrapan en la prostitución, la única manera de evitar el asesinato es la explotación sexual.
De ese modo, el anhelo de tantas mujeres y sus sueños hacen que solo por intentar vivir con dignidad sean explotadas sexualmente por hombres y para hombres. Y el sistema donde todo esto ocurre es tan perverso y miserable que todo se presenta como una elección de las mujeres: ellas eligen salir de sus países y las engañan, ellas se resisten y las violan, ellas se rebelan y las prostituyen, ellas se enfrentan a sus proxenetas y abusadores y las explotan, ellas intentan salir de esa trampa mortal y las matan. Al final es el argumento machista de siempre, “las mujeres no deben vivir por encima de sus posibilidades, y menos si ello supone contrariar la voluntad de un hombre”.
El machismo no olvida ni perdona, de lo contrario no estaríamos en pleno siglo XXI hablando de violencia de género, de mujeres prostituidas y de trata alrededor de biografías de cadáveres de mujeres dentro de una sociedad que todavía habla de contextos para aislar cada caso, en lugar de circunstancias estructurales comunes a todos ellos.
Yamiled Giraldo fue asesinada por un sicario por orden de su proxeneta encarcelado. Según la Operación Némesis de la Guardia Civil, que descubrió toda la trama, su asesinato costó 10.000 euros, pero fue una inversión. Porque en una sociedad machista como la nuestra ese dinero actúa como inversión para generar miedo en otras mujeres, y beneficios e impunidad en los hombres que las explotan sexualmente.
Mabel Lozano nos dice que los cadáveres tienen vida porque hace que la muerte de estas mujeres repose en las conciencias, no en el olvido. Por eso habla de vida junto a Fernando Marías, porque es la vida a lo que aspiramos; a una vida digna en una sociedad con dignidad e igualdad, donde las mujeres no sean discriminadas, abusadas, acosadas, traficadas como mercancías, prostituidas y asesinadas a manos de hombres.