Biografía del cadáver de una chica VI: Nora

Nada más abrir la puerta de su piso, Paco encontró a su hija Nora tirada en el suelo del rellano. La cara de su pequeña estaba ensangrentada, de una herida en la barbilla manaba la sangre, como si de un manto rojo se tratara, que cubría todo su precioso rostro. En un primer momento, el padre pensó que le habían dado una paliza, pero Nora no respiraba. Lo que había allí tendido a dos metros de la puerta de su casa era el cadáver de una niña, su niña, con tan solo 16 años, muerta por sobredosis de droga.

Días antes, Teresa había entrado a la habitación de su hija Nora para llevarla al instituto. La niña cursaba 3º de la ESO en un instituto de Palma de Mallorca donde vivían. No la vio en su cuarto y la llamó por el resto de las habitaciones de la casa, para volver minutos después al dormitorio de su hija y ver como ella salía de debajo de su cama. Teresa la preguntó a Nora por qué se había escondido, Nora le contestó que no quería ir a clase, pero la madre la convenció y, tras vestirse con su uniforme y hacer acopio de su bocadillo y un zumo en la mochila, la madre la acompañó al instituto. Lo que no sabía Teresa es que Nora no se tomaría ese bocata durante el recreo en el centro escolar, sino que aprovecharía el tiempo de esa pausa, tal y como había sucedido en muchas otras ocasiones en los últimos meses, para fugarse… ¿Pero a dónde iba la adolescente? ¿Con quién?

Hacía meses que Nora había bajado a los infiernos de la droga, a una dependencia que la devoraba sin cuartel, pero sus padres no sabían nada. Todo empezó en el parque del Otta, donde todos los días quedaba con sus amigas. Allí conocieron a una mujer de 35 años, toxicómana y prostituta, que hacía el papel de captadora de menores para introducirlas primero en las drogas y después, cuando ya necesitaban la dosis de cocaína, en la prostitución.

Así fue como Nora Ayala, de tan solo 16 años, cayó en manos de una red de delincuentes dedicada a prostituir a menores tras convertirlas en adictas a las drogas, porque Nora, que era una adolescente de clase media, no tenía problemas económicos y necesitaron arrastrarla a ese mundo para doblegar su voluntad.

Seis meses después de la muerte por sobredosis de Nora, agentes de la Policía Nacional detenían a ocho personas en la llamada “Operación Nancy”, que guarda muchas similitudes con el posterior escándalo de las menores captadas en centros tutelados en Mallorca, también para obligarlas a tener sexo con adultos a cambio de dinero o droga.

Las niñas, las adolescentes, son presas codiciadas para los proxenetas porque son muy fáciles de intimidar, además de más dóciles, y tienen gran demanda por parte de los hombres prostituyentes porque son sumisas.

En España tenemos niñas prostituidas, chicas obligadas a vender su cuerpo cada día, cada noche, por proxenetas que las mantienen encerradas sobre todo en pisos por la dificultad de acceso para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pero también en burdeles, como fue el caso de las dos adolescentes de 16 años estudiantes de hostelería en Madrid, que fueron captadas con engaños ofreciéndoles un trabajo como ayudantes de cocina para acabar siendo explotadas sexualmente bajo coacciones y amenazas en un puticlub de Mocejón, un pequeño pueblo de Toledo.

Menores rescatadas a las que se obligaba a vender su cuerpo a base de multas y palizas, en burdeles de Málaga, Murcia, Córdoba, Granada… En este último se rescató a una chica de origen nigeriano a la que obligaban a beber sangre de animales decapitados por negarse a los abusos sexuales.

Normalmente las menores son rescatadas de las abusivas condiciones a las que son sometidas por los grupos criminales, porque el miedo las atenaza, no las deja escaparse, salvo alguna excepción, como fue el caso de una menor rumana. Madalina fue captada en su país de origen, Rumania, por un clan de ese país dedicado a surtir de carne fresca a los grandes clubes de España, y a explotar ellos mismos a un ejército de mujeres y adolescentes en el polígono Marconi de Villaverde (Madrid) y en la céntrica calle Montera también de la capital.

A Madalina la captaron con el método loverboy, es decir, la enamoró un chico miembro de la red de tratantes de esclavas a quien le prometió un trabajo de camarera. La acompañó a nuestro país y una vez aquí la entregó a la banda afincada en un piso de Valdemoro (Madrid).

Palizas con cables, puñetazos, violaciones en grupo y otras salvajadas más propias del guion de una película de terror que de la realidad fue lo que recibió esta niña de apenas 15 años para obligarla a vender su cuerpo en Montera, esa calle madrileña por la que pasan a diario miles de personas, y muchos hombres prostituyentes buscando estos suculentos manjares.

Madalina fue muy valiente y, en un descuido de los proxenetas y con ayuda de un taxista, se escapó, pero poco duró esa ruptura de las cadenas con sus amos. Apenas unas semanas la menor estuvo protegida por una ONG y soñando con su regreso a Rumania, pero sus captores nunca dejaron de buscarla y la encontraron.

Afortunadamente, unos días después, la UCRIF (Policía Nacional) seguía a los malos hasta el piso de Valdemoro donde se encontraron a la menor atada con una cuerda a un radiador como si fuera un perro.

Cuando los mafiosos la habían llevado de regreso al piso después de encontrarla, fue recibida por el jefe del clan con una patada en la boca, para seguir con una buena tunda de palos delante de las otras mujeres a modo de advertencia. Le habían rasurado las cejas y el cabello con una maquina de afeitar, la habían obligado a beber agua con sal y, por último, la marcaron como al ganado, con un tatuaje de código de barras en su pequeña muñeca derecha con el precio que habían pagado por ella, 2.000 euros. Eso es lo que valía la vida de esta menor.

Todo esto ocurre aquí. Muchas personas jugamos con nuestros hijos e hijas de la edad de estas niñas, mientras otros van a comprarlas para abusar sexualmente de ellas y algunos miran para otro lado, porque esto no va con ellos.

#AquíEstamosNora